Por Cristián Rustom, tesista del proyecto Fondecyt “Hacia una sociología de la cultura popular (…)” y Magíster en Pensamiento Contemporáneo, UDP
A fines del siglo XIX, existía en Chile un amplio circuito de prensa popular. Fomentada por la modernización de las técnicas de impresión, la prensa dejó progresivamente de ser un medio de comunicación elitista. En el momento en que la prensa pasa a incluir y reflejar no solo las preocupaciones, los debates y las ideas de las clases pudientes, comienza a gestarse en Chile un proceso de (auto)conciencia de las clases subalternas de la sociedad. Difícil es establecer el año en que esto ocurre. Pero a mediados de la década de 1880, ese proceso iba claramente in crescendo. Los archivos y documentos así lo reflejan, con una cantidad cada vez mayor de publicaciones “populares” salidas a la luz. Hay aquí no solo un cambio cuantitativo, sino que también cualitativo. Cuando decimos que son populares, eso ya refleja que esas publicaciones están politizadas: hablan para y como defensoras de lo que consideraban como “el pueblo chileno”, en un debate público, masivo y situado frente a los representantes del poder. Frente a la oligarquía, el Estado y sus políticas, que tenían efectos negativos en la vida cotidiana de las personas del pueblo de Santiago, que se extendía por barrios como la Chimba, Matadero, Estación Central, el Arenal, Chuchunco, y toda la porción urbana y suburbana que quedaba por fuera del Camino de Cintura—establecido por el intendente Vicuña Mackenna como zona de delimitación de la “ciudad civilizada” de los ricos.
No es por nada que fines del siglo XIX fue también la época del surgimiento en Chile de los primeros partidos y organizaciones populares. Es así que, al tiempo que nacían por aquí y por allá asociaciones mutualistas obreras, sindicatos, gremios de artesanos e incluso partidos políticos, nacerán también junto con ellos una pléyade de órganos de prensa que divulgarán sus ideas y mundo.
Son varios los historiadores e intelectuales que han indagado en las formas que hubo de adoptar esa prensa, llamada luego “prensa obrera”. Aquel trabajo ha estado dedicado a rastrear la historia de la resistencia popular, buscando la pregunta por los orígenes. Los órganos de prensa obrera resultan de interés porque su análisis permite justamente conocer cuál es la visión de mundo de esos sectores organizados del mundo popular. Al respecto, una cuestión decisiva es la conformación de un público: ¿de qué manera estos medios populares/obreros se comunicaban con su audiencia? ¿de qué forma dotaban a sus mensajes de atractivo para que los sectores populares los leyeran e hicieran propios?
Para analizar tal cuestión, hemos recurrido al análisis de las fuentes documentales disponibles en el Archivo Nacional, sección prensa. Siguiendo la pista dejada por el historiador Maximiliano Salinas, se analizó el periódico satírico El Ají. Fundado en 1889 por un grupo de obreros tipógrafos, El Ají fue un periódico semioficial del recientemente fundado Partido Democrático. Se trata del primer partido político que entre sus causas declaraba expresamente defender al pueblo chileno. Para difundir su ideario, el PD contaba con el periódico La Igualdad, y posteriormente con toda una serie de publicaciones que comenzaron a ver la luz por esos años no solo en Santiago, sino que también en Valparaíso, Concepción, Iquique y otras ciudades de Chile. De la misma imprenta era El Ají, periódico que salía a la venta una vez por semana (luego tendría dos ediciones semanales) y que entraba a la esfera pública a través del humor, la ironía, la irreverencia y la crítica social.
Ante las preguntas planteadas previamente, la respuesta que hemos encontrado en este caso de prensa satírica popular es que para establecer complicidad con su público en la creación de una voz colectiva reivindicativa de ciertas demandas frente al Estado (a las que llamó “populares”), El Ají recurrió al uso de un lenguaje cercano al habla popular cotidiana, el cual está estructurado en torno a una matriz simbólico – dramática, caracterizada , entre otras cosas, por su carácter excesivo, místico y dualista.
Probablemente, los impresores de este periódico estaban muy conscientes del arraigo que tenían las ideas, las figuras y los símbolos religiosos en el sistema de creencias de las clases subalternas chilenas—y muy probablemente también, eran sus propias creencias las que estaban en juego. Por ende, lo que hicieron fue poner esa matriz tradicional al servicio de la demanda política moderna. Aunque en esta matriz tradicional, la Iglesia Católica aparecía como una institución defensora del statu quo, El Ají refleja con creces cómo hay un momento en Chile en que comienzan a publicarse ideas de reivindicación política con un lenguaje que reelabora los significados institucionales de la religión, transformándolos en insumos de un proyecto de emancipación política. La religión entra de lleno entonces en las lógicas de la política de la modernidad de una manera nueva, creativa, pero con raíces en una matriz cultural que conformaba el marco de referencia simbólica y discursiva del mundo popular.
El Ají se caracterizaba por oponerse a las políticas de lo que consideraba como la oligarquía, defendiendo siempre al “obrero chileno”, al “roto” y al “proletario”. Pero su oposición no está construida puramente en términos racional-argumentativos. Lo que hay de valioso en él es su exaltación dramática, sus guiños a la festividad popular, a la movilización de las pasiones y la apelación a los sentidos. Es así que los redactores de El Ají llegaron a los sectores populares con su mensaje moderno (la emancipación política) utilizando la religión como uno de sus mecanismos de apelación más importantes (si bien no el único; el machismo y el patriotismo, por ejemplo, también lo eran, mostrándose así su carácter contradictorio). Pero esa adopción transforma, de hecho, lo que es aceptable decir desde un punto de vista religioso. Si el lenguaje religioso tradicional se relaciona con la resignación del pobre y con la aceptación de un orden social natural y jerárquico, el nuevo lenguaje religioso que emerge en este choque con la modernidad es un lenguaje reivindicativo, que identifica la figura de Jesucristo como el redentor de los pobres frente a la oligarquía.
El Ají es un típico caso de prensa popular donde la religión está puesta en función de un interés de clase. Es así como el periódico hacía una parodia de lo que dirían los oligarcas frente a un sistema que los beneficiaba:
[…] «De las costillas del pueblo
hizo Dios a los jetones
Mientras éste come alfalfa
Nosotros pavos y capones (El Ají N°108, 3-dic-1891).
En una editorial de septiembre de 1893, El Ají acusaba a uno de los miembros directivos del Partido Democrático de «hacer negociaciones con los partidos oligárquicos». Dicha acusación la hacía en defensa de los principios rectores del partido, cuyo
[…] «programa es de lo más noble, su ideal de lo más sagrado. Vox populi vox Dei, la voz del pueblo [es la voz] de Dios. Y como este partido es esencialmente popular, tiene la misión sagrada de hacer repercutir y cumplir esa voz divina. La causa de la justicia es la causa de Dios, ha dicho un sabio demócrata. Como Él es el único que representa la justicia, es doblemente divino. La doctrina del mártir del Gólgota decía: amaos los unos a los otros—si tienes un pedazo de pan, compártelo con tu hermano que tiene hambre. Doctrina santa y sublime que le costó la vida porque fue inmolado por la cruel y altiva aristocracia que comprendió que sus palabras eran su golpe mortal.» (N°205, 11-sep-1893)
Era común que en Semana Santa El Ají no permaneciera indiferente a la festividad religiosa que se avecinaba. El domingo de Resurrección de 1890 se podía leer en sus páginas el siguiente poema:
«Víctima Cristo murió
De aristócratas mandones,
Y su último ¡ay! exhaló
Mártir entre dos ladrones.
Pero de su omnipotencia
Pruebas bien palpables dio,
Y al tercer día, en presencia
Del pueblo resucitó.
Así los pueblos que están
Muertos hoy por la opresión,
Las cadenas romperán
Y un día conseguirán
Gloriosa resurrección.» (N°43, 7-abr-1890)
Hay en los pasajes precedentes todo un lenguaje marcado por la redención cristiana, pero también por la esperanza de un futuro mejor construido a través de la lucha política. Por ende, en este discurso los oprimidos romperán sus cadenas y vivirán la resurrección, al igual que su líder, Cristo. ¿Estaremos acá ante el precedente decimonónico de lo que después fue la teología de la liberación? Permítasenos, al menos, plantear la cuestión.
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